Conceptos básicos de la logoterapia en la práctica clínica

Parte 1

Siendo la Logoterapia una forma de psicoterapia “centrada en el sentido”, esta reconoce que  el  problema de buscar y encontrar el  significado de la vida es una cuestión típicamente humana; es una de las preguntas psicoantropológicas fundamentales que se puede y debe hacer la persona, y al formulársela está entrando en el camino del crecimiento personal.

            Antropológicamente se reconoce que la persona tiene la capacidad intrínseca de cuestionarse lo que hace y de cambiarlo si lo juzga necesario. La Logoterapia reconoce que la persona no vive “determinada” por los impulsos. Aún reconociéndolos como importantes factores de influencia en sus actitudes, sabemos que estos no son determinantes porque la persona tiene la capacidad de hacerse libre y responsable; es decir, de modificar sus impulsos.

            Se puede comprender el hecho de buscar el sentido de la vida como el trabajo exclusivamente humano y personal. Por encontrar el camino para vivir libre y responsablemente cada momento de su vida. No actuar en función de necesidades e impulsos, sino en función de sentido, apoyándose en la fuerza del espíritu y a través del desarrollo de los valores. El espíritu es la fuerza que se opone a los dictados de los “destinos”, permite vivir a pesar de ellos, empleando la libertad para decidir sobre la existencia.

            La Logoterapia visualiza al ser humano como “un ser que se esfuerza profundamente en la búsqueda del significado y no se conforma con la satisfacción de sus necesidades”. Cuando hace falta un significado, es decir el existir para algo o para alguien, la persona consecuentemente vive solo para lograr su bienestar lo cual puede llevarlo a la frustración de la voluntad de sentido, expresándose a través de sentimientos de vacío, frustración y sin sentido, autocomplacencia, anhedonia, aburrimiento, falta de metas y entusiasmo entre otros. Clínicamente este conjunto de síntomas forma lo que se conoce como personalidad inmadura o narcisista,

            Reconocemos que la realización del sentido es relativamente independiente de las condiciones externas, pues es posible lograrlo a pesar de condiciones negativas extremas, mientras que la prosperidad, el éxito y los bienes pueden llegar a ser, en algunos casos, obstáculos en la búsqueda del significado.

            La Frustración Existencial. Es una señal de alarma, un tipo de inconformidad que urge a la persona a darle forma a su propio ser, orientándole al ser en lugar del tener. A dedicarse a una tarea elegida por sí mismo, formar relaciones genuinas, percibir nuevas metas con significado, entre otras. Al ponerse en marcha lo anterior, neutralizan los síntomas neuróticos de la frustración existencial y permiten revertir el proceso de sensación de insatisfacción íntima. Se pasa de inmadurez a madurez de la personalidad.

            Cuando la frustración existencial no es reconocida, o permanece constante por largo tiempo o incluso se acumula, entonces puede conducir a la persona a la neurosis noógena o a una depresión noógena, y en ese caso puede convertirse en expresión psicopatológica. Una problemática noógena ensombrece, desvaloriza y destroza cualitativamente una vida sana a causa de la duda permanente en su sentido.

            La psicopatología noógena es también terreno fértil para que se presenten patologías de otro tipo como histerias y neurosis de expresión sexual (sexo, obsesiones y/o adicciones), fobias, neurosis expresadas como miedo al futuro y desesperanza o enfermedades psicosomáticas por debilitamiento del sistema inmunológico (psiconeuroinmunoendocrinología).

            Como la Logoterapia reconoce la dimensión espiritual como la dimensión exclusiva de la persona, es en ella donde puede presentarse este tipo de neurosis y depresión llamadas noógenas (por originarse en el espíritu).

            La psicopatología noógena se presenta cuando en el espíritu no se encuentra la fortaleza suficiente para responder a la vida; hay una crisis de valores y no se ve con claridad para poder decidir libremente; cuando la fuerza espiritual no es suficiente para enfrentar lo que demanda el destino o cuando no se tiene la serenidad para vivir los hechos de la existencia. Ilustremos esta situación con el ejemplo conocido del Rey David y la atracción erótica sentida hacia Betsabé. Su actitud no se guio por la axiología expresada en las virtudes de la castidad y la fortaleza ni por otros valores sino por el hedonismo erótico. Las consecuencias son de todos conocidas.

            Modernamente la crisis noógena de David se repite constantemente en nuestra sociedad y las familias (cónyuge afectado e hijos) sufren los efectos de la infidelidad conyugal o adulterio, tan frecuentes en nuestra sociedad hedonista erotizada y relativista.

            Las consecuencias psicopatológicas que se derivan de esta particular situación familiar disfuncional son siempre muy dolorosas emocionalmente, especialmente para los hijos que, por naturaleza, confían en la actitud ética de sus padres. 

            Para el tratamiento de las neurosis y depresiones noógenas es necesaria una intervención logoterapéutica porque las técnicas psicoterapéuticas tradicionales no llegan hasta la estructura de la motivación axiológica de la existencia humana, denominada por Frankl, como dimensión noética y no tienen acceso a la problemática del sentido. Un ejemplo de lo anterior lo podemos fácilmente identificar al constatar el hecho que ninguna de las guías taxonómicas actuales (CIE-10 o DSM5), permiten, en base a sus criterios clínicos, efectuar el diagnóstico de adulterio, neurosis o depresión noógena. No cabe duda que la axiología sigue siendo una asignatura pendiente para las próximas ediciones de estas guías de clasificación psicopatológicas. No obstante lo anterior, es importante recordar que la dimensión espiritual del hombre, señalada por la Logoterapia, es también reconocida por la Asociación Psiquiátrica de América Latina (APAL) en la llamada Declaración de la Habana.

            La dimensión noética puede ser comprendida como la “voz interior” que le habla a la persona desde lo más auténtico y profundo de sí mismo. Que le llama para ser libre (decidir) y ser responsable (hacerse cargo de sí mismo). A diferencia de la razón que busca la certeza, la actitud racional, la conciencia busca la verdad apoyándose en la intuición más que en la razón. Pero como fenómeno humano que es, es falible, puede fallar, y realmente no se sabe si se encontró el sentido de vida en verdad hasta el final de la vida. A pesar de su falibilidad, la persona debe escuchar y seguir su voz.

            La Tríada Trágica. Adicionalmente, en el campo de la búsqueda del sentido, la Logoterapia ha desarrollado el concepto de “triada trágica”. Este concepto se refiere al natural e inevitable enfrentamiento de la persona con la vivencia del sufrimiento, la culpa y la muerte. Aclara que esta tríada trágica es natural e inevitable porque pertenece a la incondicional realización de la existencia humana. El sufrimiento está movido por la pérdida de un valor, la culpa por la conciencia de una elección equivocada como riesgo de la libertad responsable y la angustia ante la muerte por el simple hecho de ser finitos y carecer de fe y visión sobrenatural.

            Reconocida la psicopatología noógena y la expresión clínica de neurosis y depresión noógenas, a partir de allí se plantea una cadena de tres eslabones de interés en la psicoterapia.

  1. Si falta el sentido de la vida, entonces se desvía la persona hacía la búsqueda del placer o evitar el sufrimiento.
  2. Como el placer no puede ser una meta sino el resultado de un encuentro o de una actividad con sentido, muy probablemente no se encuentre.
  3. Así, entonces, una vida vacía de sentido y saturada de placer es prácticamente insoportable, y sobre la angustia natural de la existencia, se suma la desesperación y la desesperanza, exponiéndose la persona al derrumbe de la existencia ante cualquier golpe (de cualquier índole o magnitud) o adversidad.

Sentido de la vida

                         Percepción del                                          Relación adecuada

                  sufrimiento con sentido                                   de fortuna y éxito

Fracaso                                                                                                                        Éxito

                        Enfrentar el destino                                    Frustración existencial

                        con desesperación                                 y duda acerca del destino

Desesperación y desesperanza

            Al analizar el cuadro anterior podemos comprender que la relación de la persona con el sentido y sus actitudes quedan graficadas en el entrecruzamiento de ejes.

            Tomando en cuenta los cuadrantes establecidos, en el cuadrante superior derecho se encuentran aquellas personas que pueden vivenciar una relación adecuada de éxito y sentido; en el superior izquierdo se ubican otras que aún fracasando en sus metas, pueden encontrar un significado en el fracaso y vivenciar significativamente ese sufrimiento.

            En los cuadrantes inferiores: otros no solamente se sienten fracasados, sino que, además, viven el vacío y la desesperación, y finalmente en la derecha se encuentran otros que aún con un éxito total, encuentran que sus vidas carecen de sentido.

Conceptos básicos de la logoterapia en la práctica clínica

Parte II

Enfoques psicoterapéuticos que ayudan a encontrar el sentido

            Con la intención de ayudar al clínico en la comprensión del enfoque terapéutico que le ofrece la logoterapia, señalamos cinco puntos que nos parecen fundamentales.

  1. Autoconocimiento. Cuando la persona descubre una verdad relacionada consigo misma (virtudes y defectos). Se conoce, se descubre tanto en lo bueno como en las debilidades; al caer en cuenta que se es persona, se valora el ser.
  • Elección. Cuando la persona puede elegir, bajo cualquier circunstancia, descubre el uso de su libertad y es capaz de reconocer alternativas. Aquí se descubre la virtud de la esperanza.
  • Unicidad. Cuando la persona experimenta su unicidad, al descubrirla y hacerse consciente de su irrepetibilidad, se abre la puerta hacia el autocrecimiento y autoestima, acrecienta la autoconfianza el darse cuenta que se es irremplazable.
  • Responsabilidad y Libertad. Cuando la persona descubre que estas son características exclusivamente humanas que permiten decidir, cambiar, mejorar. Se descubre la posibilidad de efectuar tareas concretas para la realización personal.
  • Autotrascendencia. Cuando la persona descubre el sentido del compromiso que trascienden los intereses personales, hacia otros a quienes servir o amar. Al darle sentido a la existencia a través de la solidaridad fraterna (como reclamaba Beethoven en la 9ª. Sinfonía), se tiene como recompensa la felicidad y la salud mental. Aquí se descubre, en muchos casos, la presencia ignorada de Dios. Este es el caso, reciente, del científico Francis Collins relatado en su autobiografía. Este inició su trabajo, relacionado con el genoma humano, siendo ateo y lo concluyó siendo creyente, solo con comprender el origen y fin del lenguaje impreso en el genoma humano.

Casos Clínicos

            El un hombre mayor había pasado la mayor parte de su vida en una isla, considerada una de las más bellas del mundo. Ahora, ya jubilado, había regresado para establecerse en la ciudad. Alguien opinó: “Debió ser maravilloso pasar tantos años en una isla que es considerada como una de las maravillas del mundo”. El anciano reflexionó unos instantes y luego dijo: “A decir verdad, si hubiera sabido que era tan famosa me habría detenido más a contemplarla”.

            La enseñanza que nos proporciona esta historia es obvia: no ignores las maravillas de este mundo. Apreciarlas en su momento, no pases delante de ellas con los ojos cerrados; vive intensamente. Agradece tu hermosa isla, en la que encontraste un hálito de bienaventuranza en medio del mar embravecido de los imponderables existenciales. Si reconoces su belleza después de haber partido será tarde.

            Me viene al recuerdo una religiosa de cincuenta y ocho años, una persona llena de amargura. Había desempeñado la docencia durante cerca de treinta años. Unas semanas antes de jubilarse había sufrido un accidente cerebro-vascular. Al cabo de un año de tratamiento y rehabilitación estaba casi recuperada. Podía caminar y hablar y sólo conservaba cierta lentitud general. Se había jubilado de la docencia, y le habían ofrecido una actividad más liviana y adecuada en el convento, que asumiría apenas se sintiese en condiciones. También le habían adjudicado un cuarto amplio con vista al jardín, algo que había deseado desde hacía mucho tiempo.

¿Cuál era entonces el problema? En mi profesión se aprende a escuchar atentamente. Sin embargo, por más empatía y atención que ponía, no lograba captar en qué consistía. Opté por preguntárselo. Por respuesta recibí una severa admonición. “¿Cómo puede preguntarme eso? ¿Acaso un ataque cerebro-vascular no es nada? ¡Toda mi vida está arruinada¡ Ya no soy lo que era. No sirvo para nada. Ni siquiera estoy en la escuela. Me proponen que tienda las mesas, que cuide las flores, que atienda la puerta, (…) ¡es para desesperar! ¿Por qué no me habré muerto? Las otras religiosas dicen que tengo buen semblante, que me cuide, que me recupere (…) ¡Esta habladera con la que pretenden consolarme me pone los nervios de punta! ¡Y de qué me sirve esta amplia habitación, si parezco un mueble viejo e inútil en un desván!”.

            Su arrebato de indignación me reveló el diagnóstico al instante. La paciente, una mujer sumamente enérgica y activa por naturaleza, se sentía poco exigida desde hacía bastante tiempo y esto la había hundido en una “depresión noógena”.

            La vida había perdido su sabor por carecer de desafíos y experiencias que la pusiesen a prueba. Es posible que a su depresión noógena subyaciera una depresión orgánica mínima, como las ocasionadas por derrames cerebrales, pero el factor esencial era la frustración espiritual que la embargaba por no poder realizarse y por sentirse inútil, debido a la actividad de convalecencia que se le había asignado

            Le di a leer la historia de la isla y nuevamente fui objeto de críticas. “Está completamente errado si se propone compararme con el anciano”, me dijo. “Estuve contemplando muy bien mi isla durante treinta años y aproveché al máximo los altibajos de la tarea docente. A pesar de las bruscas trasformaciones sociales que modificaron y dificultaron considerablemente las condiciones de la enseñanza, fue una época hermosa y fructífera”. “Lo se respondí, “pero no me refiero a esa isla. Me refiero a la isla en la que vive usted ahora. Me preocupa pensar que el día en que tenga que abandonarla se diga al recordarla: Quizás hubiera tenido que fijarme más en ella (…)”

            “¿La isla en la que vivo ahora?”. La paciente me miró perpleja. “¿Es que vivo en alguna isla?”. “Sin duda”, le aseguré, “está entre las maravillas del mundo”. Hay millones de mujeres que mueren antes de llegar a su edad, millones que padecen hambre y no tienen techo sobre sus cabezas y millones que nunca han podido desempeñar una profesión satisfactoria. Millones de mujeres de más de cincuenta años están solas y no reciben ayuda; cientos de miles no sobreviven a un accidente vascular cerebral o, si lo hacen, deberán vivir el resto de sus vidas padeciendo impedimentos o parálisis para las que no existe terapia alguna. Su maravillosa isla se encuentra muy lejos de la inmensa cantidad de seres sufrientes de su misma edad y sexo que habitan el mismo mundo que usted y tienen una historia clínica similar a la suya. ¡Y no considera usted que sea una isla especial, una isla llena de misterios! Allí goza de movimiento, de protección junto a personas a las que se siente unida y de libertad para encarar nuevos designios de vida. Todavía no la ha examinado pues hace poco que la habita. En su lugar, yo me dedicaría a explorarla a fondo para descubrir sus aspectos más atractivos, sus paisajes más vistosos”.

            “¿Puedo llevarme conmigo esta historia?”, preguntó la paciente con una voz que ya no reflejaba la protesta. “Para no olvidar ni un día que debo detenerme a contemplar el milagro del que soy protagonista”. “Con todo gusto”, le dije e hice una copia para que se la llevara. Esto le sirvió a la monja para que, en un rincón de su “isla post-accidente vascular”, encontrara una actividad que le vino como anillo al dedo (mejor dicho, al alma). Se dedicó a reunir datos históricos, con los que redactó una crónica detallada de la vida de la orden religiosa a la que pertenecía un trabajo que requería precisión y esfuerzo en el acopio de conocimientos de cultura general y resulto ideal para una directora de escuela jubilada, ejercitada en la paciencia y llena de energía.

Nos preguntamos si esta historia contiene una promesa, además de la enseñanza profunda que nos transmite. Opino que la contiene. “Alguna vez, aunque sea al final de su vida, el ser humano comprenderá”, nos promete, “cuántos milagros abonaron el suelo de la existencia que anduvo, día tras día, sin detenerse a verlos”. Acaso la gracia consista en comprenderlo al final de nuestras vidas, antes que no comprenderlos nunca.

Caso clínico original de Dra. Elizabet Lukas

Adaptación docente de Dr. Luis Hernández Bocaletti.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *